Lobel dice algo interesante en la entrevista que le hicieron Roni Natov y Geraldine Deluca, publicada en The Lion and The Unicorn (ver bibliografía, abajo):
“Cuando empecé a escribir, trataba de escribir historias “para” niños, que en realidad se encontraban fuera de mi propio campo de sentimientos. Me preguntaba qué les gustaría a los niños y veía cómo podía “entregárselo”. Escribí libritos más o menos encantadores, pero no tenían peso alguno. Y luego de repente me di cuenta de que si quería ser escritor, iba a tener que ser escritor como cualquier otro escritor y tenía que venir de mí mismo. Todas las historias de Sapo y Sepo vienen de preocupaciones, observaciones o preguntas adultas mías. De alguna manera logré orientarlas para que un niño pudiera apropiarse de esas preocupaciones, observaciones o preguntas también, hacerlas suyas, conectar con ellas.
“Creo que un niño pasa por las mismas cosas que un adulto. No creo que perdamos nada cuando crecemos. Creemos que somos adultos y que nuestras emociones son adultas y nuestro pensamiento es adulto, pero en realidad pasamos por el mismo tipo de cosa por las que pasamos cuando éramos niños y pensamos en muchas de las mismas cosas también”.
Hablábamos ayer [referencia al día anterior de las Jornadas] de encontrar un lugar genuino desde el que preguntar a los niños, y creo que podemos afirmar sin lugar a dudas que Lobel encontró uno. Y precisamente porque es genuino y se trata de compartir preguntas a partir de observaciones, preocupaciones, extrañamientos también compartidos, Lobel también ofrece un modelo a los niños -y a muchos adultos necesitados también-. Ofrece un modelo para mirar, pensar y preguntar sobre el mundo. Yo por lo menos a eso lo llamo literatura, con “L” mayúscula. Con “L” de Lobel.
Lo leemos así: Preguntas desde el hogar. La mirada científica y filosófica en Arnold Lobel
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