Para que esa manera de proceder instintivamente egoísta y codiciosa del ser humano
sea domeñada
o, más allá todavía,
para que esa pulsión utilitarista e interesada
encuentre beneficio y provecho en ser desprendida y pródiga
—en hacer prácticamente todo lo contrario de lo que el reflejo más instintivo parece marcarnos—,
debe existir un marco dentro del cual, duraderamente,
sea más ventajoso comportarse dadivosamente, con la largura del que da lo que tiene y,
mediante el acto de la donación,
obtener
una especie de capital más y mejor reconocido en la comunidad que debe apreciarlo.
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